19/8/08

Never Enough

Podríamos imaginar varias versiones de ese día. Podríamos torturar esta frase y de igual modo no se sabría si pasó o no así. Si lo cuento en pasado no quiere decir que no este sucediendo ahora mismo. Este párrafo pudiera ser obsesivamente inútil, pero no lo es. Este párrafo husmea tu corrupción. Este párrafo tiene la esencia intravenosa de eso que me diste. Oíamos Never Enough de The Cure, cuando la luna gimió al comer de tu vagina. La luna gimió al oír la guitarra de Smith y tú gemiste cuando rasgué tus cuerdas. Pequeñas dosis de Dios. Un vicio. Rezo y soy ateo por recorrer tus silencios, por comer de tu lengua callada. Afilada, sin palabras. Al otro lado del orgasmo está tu verborrea. Me mira. Se rompe. Quiere salir. Retorcida. El tacto frío de mis manos la acelera. Sigue ahí, mirándome, pero tú sólo oyes la fuerza de mi lengua hambrienta. Te siento entre el pliegue de las sábanas, ahogándote. Todo tu esqueleto moviéndose. El motor arrancó y estabas erizada. Abrazado a tu vientre veía quemar tus pezones. Allí, entre las piernas, corrían trenes. Sentía tu placer inmoderado cada vez que con mis manos de tenaza, respirándote mi aliento al cuello, te veía con manos ciegas. Sólo te distinguía la pupila de los ojos y las rodillas agrietadas de tantas cicatrices. El cuarto flotaba en sudor. Todo olía a sexo. A tu sexo. Hay una suspensión de aire húmedo que distancia los jadeos del suelo cuando descansas en mi pecho. Me senté en el borde la cama y encendí un cigarro mientras te veía orinar. El chorro que de tu entrepierna salía, era un grito desesperado. Un delgado chorrito amarillo purificaba el néctar de tus entrañas. Measte y pusiste música. Sabías que me gustaba oír música después de ser atravesado por tu piel. La música hace que nada pueda ser mejor. Me hundía. Me llenaba la cara con cabellos de mi cuerpo, tú, mía, me desviabas del sonido de la guitarra. Oía sólo tu espalda sobre mi pecho, tus piernas que hacen perfecto engranaje en las mías, tus pies de uñas rojas que rozaban mis tobillos, tus cabellos auriculares se deslizaban por mí cara dejándome ciego: lleno de ti. Entre tus cuerdas no me acuerdo de que te odio. Te veía dormir tan tranquila, a mi lado y no me daban ganas de estrangularte. No me daban ganas de despertarte para soltarte toda la mierda que me habías dejado. Juro que hubiese querido reventarte la boca si me hubiese acordado de que te odiaba, pero le ahorré el rojo de tu sangre espesa a las sábanas y sobé tus labios de gajito de mandarina: mórbidos y dulces. Labios que toleran mis inmisericordes mordiscos. Labios como dos amuletos vertiginosos. Eran ya las 4 de la mañana y yo seguía abandonado entre tu respiración. Viéndote dormir abrí ese espacio que hay entre tus senos y me acosté. Estaba tibio. No hay mejor colchón que el cuerpo de una hermosa mujer. Cuando desperté sólo vi esos dos ojos azabaches, encima de mí, penetrándome. Te recostabas en la almohada para prender un cigarro. Luego lo tiraste al suelo y me dijiste: “No se si soy un animal muy grande o no, pero siempre terminas asfixiado por querer tragarme. Deja de ser el sapo que se mete en la boca un animal muy grande: se mueren los dos. Las posesiones hacen tanto mal como las obsesiones” .Luego me acariciaste sin tocarme. Sentía dedos de hierro. Helados y flagelantes. Me dices que cierre los ojos para poder ver nuestro reflejo. No los cierro. No entendía lo que me habías dicho. Te pregunto: ¿que hora es? Me respondes:
-Hora de salir.
Sale por tu boca la pulguita. Se ve tu sexo magullado. Enseguida, estabas cubierta de rojo. Mi cuerpo se revolvió. La pulguita se iba hundiendo en el fondo. Besaste mis ojos maltratados y te acostaste. Te secaste las últimas gotas rojas y se arropaste como una niña. La pulguita se había marchado. Por fin se había ido,pensabas.La querias fuera. Cuanto más tiempo pasa, más miedo tengo. Los nervios me azotan mientras miro fijamente tu boca para ver si sale alguna otra cosa. Te quedaste echa una mierda: una pulga aferrada se balancea de izquierda a derecha en tus labios mandarina y ya no sale nada. Ya otra pulga no podrá caminar.
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