24/3/09

55 años no es un instante sin tiempo

El aire es inercia. Su sangre es el cordón umbilical de su abortada feminidad biológica. Más allá del alcohol, el espasmo, y la excitación verbal, cuando cae la noche y está sola, todo se confunde y recogiendo las costras de su útero , se dice incrédula al espejo: “nada huele mejor que el aire que nos abraza después que mi sangre se une con tu semen coagulado”. Sentada en el suelo, sin moverse, va acercando sus ojos nuevamente al espejo: psicóloga, sin hijos, una figura huesuda, ojos apagados de una mujer obsesionada con ocultar su proximidad a los 56, canas que hacen un collar de cotufas rebeldes luego del tinte rojo. El rojo es el color de la Belle èpoque. Se había pintado el pelo de rojo justo un mes antes de que vinieran los tiempos no tan bellos. La amenaza del cáncer de útero, la operación, la extirpación de los órganos reproductores,la sequedad, el vacío, la esterilidad, la vejez, los amantes ocasionales, el vino, sin cáncer.

Sus manos con grietas, recién remojadas en una poncherita, lucen una perfecta manicura: uñas pulidas, cutícula herida, manos recién removidas de la acetona vieja, manos rojas carmesí. Rojas como su sangre. Rojas como cada uno de los grumitos con los que solía jugar. Abierta y esplendida, su cuerpo se va hundiendo. Su mano, y sus dedos flagelantes, una vez, la piel casi humeante de Jaime, el aliento caliente cargado de la humedad de la boca de Jaime, sus ojos se enturbaron, de igual manera llegaron los ojos de Andrés, el cuerpo de Andrés que parecía una estatua de bronce, el rojo iba cubriendo sus dedos, arrastraba nubes, le cosquilleaban las piernas, su boca roja que no habla, se hincha, se ensancha, mastica y la traga. Ella está tendida sobre la cama como una hoja mojada y porosa. Parece tranquila aunque su cuerpo se agita sobre la sábana y su piel vibra con el contacto del algodón blanco y limpio. Abre sus piernas y se ríe con sonrisa funeraria del sexo casi mutilado por sus dedos. Enciende la televisión y al instante explota una voz de coliflor agrio, hablando sobre los beneficios de la baba de caracol para mantenerse joven y bella: “Señora ama de casa, los beneficios de esta crema limpiadora que está por comprar, mantendrá su rostro lozano, como el de una muñeca”. Su rostro parece un volcán, pero tiene una cinturita de avispa, y unas piernas largas y fuertes que casi no parecen pertenecerle, y también tiene unos pies suaves, y una nariz de albóndiga que se operó hace dos años, y tiene una boca bembona de labios suyos que todas quisieran tener.

Va al baño y toma la afeitadora. Se enjabona y empieza a cortar los pelitos que han crecido en los últimos días. La afeitadora se desplaza al compas de Ligia Elena, de Rubén Blades. Ella también fue la cándida niña de la sociedad, pero su trompetista nunca llegó. El pubis es un territorio difícil. Los vellos se resisten a la acción depilatoria, e inevitablemente se producen pequeños cortes que parecen los aruños de un gato. Una garra de gato filosa le remueve los últimos pelos. Todo va quedando como muchachita de quince, sin asperezas. Todo va quedando cremas, fragancias, dermis rasurada, pantis de algodón, rímel espeso, labial, y mucho rojo. La sensación de picazón debido a la sensibilidad por el corte de los pelos le resulta un poco incómoda. Se mira en el espejo y se oculta las canas, por orden.

Los años deambulan en el cuarto, desordenados. Clavada en el olor de dedos vacios y aruños de gatos, muerde las sábanas, ya no hay nada, está hueca, su vientre es una tenaza. 55 años no es un instante sin tiempo. Sus contactos con el vino y sus fluidos empiezan nuevamente a erizarle los mulos y quemarle los pezones. Se vuelve blanda y húmeda y empieza a verse. Rasgándose con uñas rojas, llegando al lugar donde ya no hay suelo, deslizándose hacia al lado vacío de su cama donde los ve a todos, donde funde imágenes que se diluyen hasta no recordar nada. Encontrando la postura, frente al espejo, aún con una mano sin fuerza, se deja tocar por todos, su boca palpitante. Ahora el tiempo vuelve a descender y el silencio finalmente se calla.

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