25/5/08

Un regalo para mi Julia

Una caja de vestiditos nuevos, repertorio de zapatitos, perfumes y labiales. Tener que elegir entre tantos modelos y colores terminó por fastidiarme y a punto estuve de tirarlo todo al suelo y salir desnuda para ver “el regalo especial” de Juan. En la caótica cocina está mi madre que no cesa de gritarme para que me apure, me dice que Juan acaba de llamar preguntando por mí. Ese necio de Juan hasta cree que lo voy a dejar embarcado. Agarro la falda, ninguno de los vestidos me resulto lo suficientemente corto para usarlo. La falda de flores moradas, la misma falda que tenía en el sueño con Carlos. Hace algunas noches soñé que Carlos y yo estábamos en el parque, yo estaba montada en un columpio y Carlos me daba colita y de vez en cuando y también de cuando en vez me la agarraba diciéndome “ Esa falda, Julia, te queda muy bien”. Rodaron mis rodillas en la grama, quedando mi falda llena de tierra, la tenia esparramada en la cara. Llegue a desear tanto que no fuera un sueño, que las manos de Carlos pudieran estar entre mis muslos y no en mi insulsa espalda detrás del columpio. Llegue a desear que no fuera un sueño y que Carlos sin misericordia alguna rompiera en pedacitos la falda de flores moradas, que jugara con mi cuello y lamiera mis gemidos una y otra vez. Era un sueño, era un sueño y ahora mismo vuelve mi mama a gritarme desde la cocina, que si Juan ha vuelto a llamar. Juan, Juan, Juan, siempre Juan. Juan que no me deja jugar a soñar en mi parque, viene y me interrumpe con sus regalos tan poco estimulantes y apropiados. Juan que viene a mearme el parque en el que desearía que el irremediable de Carlos me sonara como suena a su guitarra.
Inevitablemente tenia que ir a la fuente de soda, con la pereza estrepitosa de mis pies me muevo hasta el carro y le digo al chofer que me lleve hasta mi obligado encuentro. En el carro me quito el collar que me dio mamà en el cumpleaños pasado, me lo quito porque a Carlos no le gusta, dice que parece un collar de perro. Si Carlos supiera que quiero ser su perra quizás no me diría que me quitara el collar. Pero no hablo de lo que quisiera ser, ni siquiera se si decir que quiero ser su perra me hace felizmente irresponsable, solo se que cuando lo digo se prolonga mi saliva hasta la punta de la boca y la emoción no es pasajera. Decir que quiero ser su perra me ayuda a superar mi obsesión enfermiza por ese desagraciado. Soy débil frente a su rudeza, algo en el me causa repulsión y al mismo tiempo extrema atracción. Me gusta que sea incapaz de no hacerle daño a nadie. Ese desgraciado de Carlos siempre termina por joderle la vida a una de sus perritas.
Descomponiendo mi pensamiento acerca de Carlos, deslizo la punta de mis dedos por la manilla de la ventana. Mi cabello se airea. Contabilizo mis horquetillas: son 12. Limpio mi sandalia de suela de corcho. Ordeno poner el cd de Maria Daniela. Canto “Mi vida no vale nada, sin la barbie secretaria. Esta es mi fiesta de mi cumpleaños y voy a tratar a todos como mis esclavos. Regalos muy muy caros y otros más baratos. Música de grupo, de grupo con sonido.” El chofer no pronuncia una palabra, este tipo siempre tan calladito con su ridícula corbata, que si niña Julia pongase el cinturón de seguridad, que si olvido el abrigo. Yo lo miro en su silenciosa penumbra de hombrecito asalariado, me río acariciando mi risita burlona por su corbata de rayas verdes. Me vuelvo a limpiar la sandalia. La calzo y me bajo del carro. Cruzo la calle, subo los escalones mohosos y atravieso la vidriera de la fuente de soda. El local huele a eucalipto. Al fondo, más allá del pasillo, casi llegando al baño está Juan. Puntual y vestido de blanco. Había poca gente. Juan me saluda, me da un beso y me toca los hombros. Casi no se movía, parapateado, sudoriento. Sentí ese sudor frío en sus manos. Ese sudor que irrita mi piel. La razonable excusa que me diò prosupuesto no fue admitir su debilidad por mis pantaleticas. El muy mentiroso me dijo que si hacia calor, que si los cambios climáticos, que si el calentamiento global. Yo se que él tenía calentamiento y no era precisamente global. Juanito no cesaba de ver mis hombros blancos y frágiles. Babeaba con mi cuello delicado, estoy segura que su pequeña mano sudorosa estaba apunto de rozarme la rodilla cuando llamó al mesonero. Supongo que suponía que estaba por abrir mis piernas para que él de manera vergonzosa espiara mis pantaleticas. Juanito, Juanito, no sabes cuanto me gusta tu carita de sorpresa reprimida. Yo me luzco. Soy una hembrita histérica que se divierte haciéndote sonrojar. Antes de que el mesonero llegara, me inclino un poco para que vea también mi perfil. El perfil de mi pequeño pezón que huele su timidez. Llega el mesonero, interrumpe mi coquetería mortal, me pregunta que quiero.
- ¿Desea algo, señorita?
- Sí, por favor…
- Dígame
- ¿Tiene Coca cola?

- El mesonero me responde que hay Pepsicola. Me hace una radiografía de rayos x. Me escudriña hasta las pecas de mi columna vertebral. Tenía intenciones de penetrar en mis rodillas, pero las cerré levemente. Como no había orange ni hit me decido por un helado de chocolate y pum el mesonero termina por traerme la coca colita que había ordenado inicialmente.
Tomo mi coca colita, muerdo el pitillo y me acuerdo de que Juanito me cito para darme su supuesto “regalo especial”. Veo una caja y asumo que dentro estaría mi regalo.
- ¿Ese es el regalo?
- ¿Dónde esta?


Juan me dice que en la caja no estaba mi regalo. Me dijo que se le había caído y que por eso la caja esta vacía. Desee poderle decir que sabía que no me había comparado nada, que la típica florecita de servilleta ya no me sorprendía, que sabia que solo tenia 20 bs para comprar mi regalo, pero no pude, los ojos de Juan me callaron y solo le dije que no importaba. Sonreí y busque a mi alrededor, oía esa canción que mi mama canta cuando esta triste y habla con su cigarro “cucurrucucu no llores, cucurrucucu paloma… ayayayay”. Termine mi coca colita y le dije:
- No sufras tanto que la vida no es tan mala” Le di un besito y le dije que lo esperaba en la casa para mi fiesta de cumpleaños. Juan me siguió hasta la puerta como alimaña tímida y avergonzada, nuevamente advirtió sus disculpas y sonrío con sus dientes apurruñados. Cuando iba cruzando la calle oí que me llamó, segurito para que volviera, pero yo no quise oírlo. Me pare un instante, me calce bien la sandalia, y desaparecí ladrando para ver si veía a Carlos.

1 comentario:

Gustavo Pérez dijo...

Dices que tus escritos apestan, pero para mi eres excelente escribiendo, porque cumples con la meta de todo escritor:
Hacer que la imaginación del lector se eleve como consecuencia de las letras que el teclado garabatea poco a poco en la pantalla!

Me gusto bastante loola! Muchos besos para vos!

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